jueves, 19 de marzo de 2009

"Tai pasá a trago"

Cuando una persona bebe alcohol, percibe los efectos que le genera por su acción sobre el sistema nervioso central, es decir, el cerebro, lo que afecta su normal funcionamiento. Como concepto clave debemos saber que el alcohol, en sí mismo, es una droga depresora del funcionamiento del SNC (Sistema Nervioso Central). Es decir, no es un estimulante. Y eso tenemos que remarcarlo: la razón por la cual, inicialmente, al tomar un poco de alcohol podemos sentir que estamos "alegres" y desinhibidos es porque bloquea el funcionamiento de nuestras propias barreras, lo que impulsa a que nos animemos, por ejemplo, a realizar actos que sin haber bebido jamás haríamos.

El 80% del alcohol que tomamos se absorbe e ingresa en el cuerpo a través del intestino delgado, sólo el 20% se absorbe en el estómago. El 90% se metaboliza en el hígado y el 10% restante se elimina del cuerpo principalmente por el aire espirado, y muy poco por orina o transpiración. Los controles de alcoholemia miden el 'alcohol en el aire espirado, lo que determina una equivalencia con la cantidad de alcohol que hay en la sangre.

En el período inicial, cuando una persona toma "poco" alcohol, esto es entre 2 y 4 unidades de bebida, sus riesgos están asociados con sus conductas: accidentes de auto, peleas, sexo sin protección, quemaduras, etc. Luego, al ingerir más cantidad, su efecto tóxico genera un riesgo mayor asociado con el efecto directo del alcohol sobre el cerebro. Llega un momento que, cuando la cantidad de alcohol en la sangre es muy elevada, los efectos tóxicos sobre el SNC lo conducen primero, a la pérdida de la conciencia (quedarse dormido y entrar en coma) y luego al paro respiratorio. Esto último se produce cuando las neuronas que generan en forma automática que respiremos también se bloquean y dejan de funcionar.

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